Es muy extraño que un matemático logre que su nombre sea recordado por alguna proeza, pero estamos ante un caso especial. George Dantzig, nació en el seno de una familia de inmigrantes. Su padre, Tobías Dantzig, fue un matemático ruso bastante conocido que estudió con Henri Poincaré en París, y que se casó con Anja Ourisson, una estudiante de lenguas de origen polaco que estudiaba de la universidad de Sorbonne. Era una familia que contaba con muy pocos recursos económicos, pero que poseía una sólida formación intelectual. La pareja emigró a los Estados Unidos, donde se instalaron definitivamente.
El segundo nombre de George era Bernard, elegido por sus padres en honor de George Bernard Shaw. Uno de sus hermanos, también matemático, se llamaba Henry, en honor de Henri Poincaré, lo que da una idea de cuales eran los personajes que la familia Dantzig consideraba importantes. El padre del joven George influyó fuertemente en su vocación por las matemáticas. “Me proporcionó miles de problemas de geometría mientras estudiaba en el instituto. El trabajo mental necesario para resolverlos fue, sin dudas, el mejor regalo de mi padre. La resolución de todos esos problemas durante mi adolescencia -época en que mi cerebro estaba aún en fase de desarrollo- contribuyó más que cualquier otra cosa a desarrollar mi poder analítico”, diría alguna vez. Y fue ese “poder analítico” el que más tarde daría lugar a los hechos que se convertirían en “La leyenda de Dantzig”.
Un día, en 1939, un George Dantzig de 25 años de edad llegó tarde a una de sus clases. El profesor a cargo era Jerzy Neyman –si has estudiado Estadística en la Universidad probablemente lo conozcas por el lema de Neyman-Pearson- y había escrito en la pizarra un par de problemas relacionados con las estadísticas. Estos problemas estaban incompletos, es decir, la pizarra no mostraba su solución. George asumió que se trataba de la tarea del día, y se apuró a copiarlos antes que terminase la clase. Cuando llegó la hora, se fue a su casa y se puso a trabajar en la resolución de las ecuaciones. Según reconocería más tarde, esas dos ecuaciones “le parecieron ser un poco más difíciles de lo normal”, pero aún así, logró resolverlas en un par de días. En la siguiente clase entrego los resultados a Neyman y se olvidó del asunto. Seis semanas más tarde, recibió la visita de su profesor, que se encontraba visiblemente excitado. “¿Te das cuenta lo que has hecho?”, le dijo. Durante algunos segundos Dantzig no supo si estaba a punto de ser felicitado o reprendido por algún terrible error que hubiese cometido en su trabajo. En realidad, y como Neyman le explicó, había resuelto dos complejos problemas que nadie había sido capaz de resolver antes.
Neyman incluso se había encargado de que una de las soluciones de Dantzig fuese preparada para su publicación en una revista matemática. Cuando años después Abraham Wald, otro matemático que trabajaba en estos problemas, publicó un artículo relacionado con la segunda de las ecuaciones resueltas por Dantzig reconoció su trabajo y lo incluyó como coautor. Como es lógico, la historia protagonizada por George comenzó a difundirse e incluso a ser usada como una “lección motivacional”, como ejemplo de lo importante del “pensamiento positivo”. No fueron pocos los autores de libros de autoayuda que hacían referencia a este tema, con frases del tipo “ningún problema es imposible” o “solamente hay que creerse capaz”, dejando de lado el pequeño detalle de que Dantzig tenia una sólida formación matemática sin la cual seguramente no hubiese sido capaz de resolver estos problemas. Tanto se mencionó esa anécdota y tanto se fueron cambiando -y exagerando- los hechos que 4 o 5 décadas después de ocurridos la historia se convirtió en otro mito urbano. Afortunadamente, Dantzig tuvo una larga vida -falleció en 2005- y se encargó de aclarar varias veces que la historia era verídica.
copy-paste de http://www.neoteo.com/
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